jueves, 7 de febrero de 2013

La Creación del mundo y del hombre (voz del Papa)

En el primer versículo de la Biblia se afirma que "Al principio Dios creó el cielo y la tierra". Esto mismo se repite en el Credo: Dios es "Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra".

El Papa, durante su catequesis del miércoles 6 de febrero, profundiza en esta verdad de fe (ver texto completo en Zenit).


En la Creación se manifiesta el amor y la omnipotencia de Dios Padre, que cuida todo lo creado con amor paternal. Todo lo que existe es obra suya. A través de la Creación podemos conocer a Dios. "Por la fe - escribe el autor de la Carta a los Hebreos - comprendemos que la Palabra de Dios formó el mundo, de manera que lo visible proviene de lo invisible" (11,3). Reconocemos lo invisible, reconociendo su huella en el mundo visible. Sin embargo, es necesaria la revelación de Dios para suscitar nuestra fe, para que el hombre tome plena conciencia de que Dios es Creador y Padre.

En la Sagrada Escritura podemos encontrar la clave para comprender el mundo. Dios desea crear un amor que respondiera a su amor y crea el mundo material donde colocar ese amor, esas criaturas (el hombre) que libremente le respondan. "Todo lo que Dios crea -dice el Papa- es bello y bueno, impregnado de sabiduría y de amor; la acción creadora de Dios pone orden, infunde armonía, dona belleza".

La Palabra divina es operativa. Dios, al "decir", crea. Todo obedece a la Palabra divina. En la era de las ciencias y de la técnica, la Biblia no pretende dar respuesta a las ciencias naturales, pero sí busca comprender la verdad auténtica y profunda de las cosas. Y lo primero que nos dice la Biblia, en ese sentido, es que todo tiene su origen y estabilidad en la Razón eterna de Dios. El origen del mundo no es algo irracional, sino Dios que es  Razón eterna, Libertad y Amor.

El culmen de todo lo creado es el ser humano, "capaz de conocer y amar a su Creador" (Gaudium et Spes, 12). El hombre es muy pequeño, pero tiene la grandeza de lo que el amor eterno de Dios ha querido para nosotros. "Serán ceniza, más tendrá sentido; Polvo serán, más polvo enamorado", escribió Francisco de Quevedo (1580-1645). Todos provenimos del mismo polvo, de la misma tierra de Dios y estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. Llevamos el aliento vital de Dios. Esta es la razón más profunda de la inviolabilidad de la dignidad humana. Además, estar hechos a imagen y semejanza de Dios, significa que no estamos encerrados en nosotros mismos, sino que tenemos una referencia esencial en Dios.  

Dios nos ha dado el mundo como un jardín, es decir, un lugar que ha de ser cuidado, desarrollado con respeto y armonía, siguiendo los ritmos y la lógica de acuerdo con el plan de Dios. Pero la serpiente, imagen de la tentación, siembra en el hombre la duda de si la alianza con Dios no será como una cadena que ata y priva de la libertad para gozar todas las cosas buenas del jardín. Incita a no someterse a Dios, a liberarse de esa carga. A distorsionarse la relación natural con Dios, los demás hombre se vuelven rivales. Adán, al caer en la tentación, acusa de inmediato a Eva. La envidia y el odio entran en el corazón humano. Yendo contra su Creador, el hombre va contra sí mismo, y así el mal entra en el mundo

El pecado engendra pecado. Todos los pecados están interrelacionados. El pecado destruye la relación con Dios. Toma el lugar de Dios. Y así queda malograda la estructura fundamental de la humanidad, que está hecho para ser el mismo sólo en el tú y a través del tú, en la relación de amor con el Tú de Dios y el tú de los demás. El pecado destruye las relaciones, y así lo destruye todo, porque nosotros somos relación

Todo niño, al nacer, entra en un mundo perturbado por el pecado, que le marca personalmente (pecado original). El hombre no puede por sí solo salir de esta situación. Sólo el Creador puede restaurar las justas relaciones. Esto se realiza por Jesucristo, que recorre, en sentido inverso, el camino de Adán: Jesús está en una perfecta relación filial con su Padre, se anonada y se convierte en siervo, recorre el camino del amor humillándose y se hace obediente hasta la muerte en la Cruz, que se convierte así en el nuevo Árbol de la vida (cfr. Fil 2, 5-11).

Terminamos con las últimas palabras del Papa, en su catequesis del 6 de febrero de 2013:
"Queridos hermanos y hermanas, vivir la fe quiere decir reconocer la grandeza de Dios y aceptar nuestra pequeñez, nuestra condición de criaturas dejando que el Señor la colme con su amor y así crezca nuestra verdadera grandeza. El mal, con su carga de dolor y de sufrimiento, es un misterio que queda iluminado por la luz de la fe, que nos da la certeza de poder ser liberados de él, la certeza de que es bueno ser hombre".

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