miércoles, 6 de febrero de 2013

Conchita y la Sagrada Eucaristía

Conchita González, la vidente de Garanbandal, pasó el curso 1966-1967 como interna en un Colegio de Burgos. Su confesor fue el sacerdote diocesano don Manuel Guerra, y su formadora la superiora del Colegio, la Madre María Nieves García, Concepcionista Misionera de la Enseñanza. 

Recientemente (octubre de 2012), la Madre María Nieves decidió poner por escrito sus recuerdos sobre lo que vivió junto a Conchita en aquel curso escolar. Uno de los apartados de ese escrito lleva por título "Conchita y la Sagrada Eucaristía" que ahora reproducimos, pues uno de los hechos que narra la Madre María Nieves tuvo lugar durante la noche del 6 de febrero de 1967, víspera del cumpleaños número 18 de Conchita (cfr. Pueblo de María, Con Voz de Madre. Saber Escuchar, pp. 253-256). Mañana, 7 de febrero, es el cumpleaños de Conchita. ¡Recemos por ella! ¡Ofrezcamos la Santa Misa por ella; para que siempre sea un instrumento fiel y dócil en las manos del Señor, y que la Virgen de Garabandal la proteja!  
  
Conchita González durante un éxtasis en San Sebastián de Garabandal.

"En el mensaje de 18 octubre de 1961 la Virgen les pide a las niñas, y por extensión a todos nosotros, que visitemos con frecuencia al Santísimo Sacramento. Desde el principio y hasta el final, las manifestaciones eucarísticas de Garabandal son muy numerosas y ya han sido descritas en las páginas de este libro [la Madre María Nieves se refiere al libro Con Voz de Madre. Saber Escuchar]. Por fin, en el mensaje de 18 de junio de 1965 Conchita escuchó el reproche del Cielo, que ha quedado como uno rasgos definitorios de Garabandal: “A la Eucaristía cada vez se le da menos importancia”.

La devoción a la Eucaristía fue una constante en Conchita desde niña y así ha seguido siendo hasta el día de hoy. Ella fue la que promovió en su parroquia de Estados Unidos la adoración al Santísimo y posteriormente ha mantenido contacto y apoyado a los sacerdotes, que como el padre Justo Lofeudo, promueven por todo el mundo la adoración perpetúa, día y noche ininterrumpidamente, al Santísimo Sacramento. Y me comentaba una persona, que había tenido la oportunidad de estar con ella en Fátima, que le había llamado la atención que Conchita, que normalmente se sitúa en lugar apartado cuando se reza el rosario en la explanada, cuando los jueves se hace la procesión con la custodia en lugar de con una imagen de la Virgen de Fátima, Conchita busca la manera de situarse lo más cerca físicamente de la Sagrada Forma a la que no deja de mirar con devoción. Y esto no es otra cosa que la continuación del mismo comportamiento que vivíamos, cuando en nuestra capilla del colegio nos arrodillábamos en el presbiterio para estar lo más cerca del sagrario.

Precisamente de aquellos momentos en los que rezábamos juntas en la capilla, no se va de mi memoria el que tuvimos la víspera de su cumpleaños a las once de la noche el día 6 de febrero de 1967, cuando ya todas las internas estaban dormidas. En esa ocasión, Conchita puso por escrito su oración a la Virgen, cuyo texto yo guardo y que doy a conocer ahora por primera vez, sin quitar una sola palabra:
Madre, hoy último día de mis 17 años, al terminar el día, quiero que termine todo cuanto haya en mí que no sea de tu agrado. Sola no puedo, por eso esta noche y ya para siempre vengo a contar contigo. Lo primero quiero darte miles de gracias por estos 17 años, y te los quiero ofrecer con todas las imperfecciones y buenas obras que en ellos haya. También te pido perdón por lo mal que los aproveché. Con estos 17 años quiero dejarte mis imperfecciones y que son la pereza, la vanidad, el mal genio sobre todo con mi familia, mis caprichos, mi falta de caridad con algunas personas. Quizás también soberbia. También lo dejo. Y sobre todo quiero dejarte esta noche el sacrificio de no volver a comprar revistas. Todas esas cosas las dejo con tu ayuda, porque sola no podría. Al hacer los 18 años quiero nacer como si nunca hubiera vivido, y en mi te pido que nazcan estas gracias que tanto deseo: La Fe, la Esperanza, la Caridad, el amaros siempre y en todo momento, tanto en el sufrimiento como en la felicidad. El que sea dócil con los demás, sobre todo con mi familia. Que sea comprensiva, generosa con Dios, con todos. Que siempre y sobre todo diga la verdad, que participe en la Santa Misa con fervor y amor, que rece todos los días el Rosario, que esté unida siempre y para siempre a Dios. Quiero amarte en medio del sufrimiento, de las arideces, de las incomprensiones, en las contrariedades y con todo lo que queráis mandar, de todo quiero daros las gracias.
María, te amo y te amaré más. ¡Gracias, muchas gracias por todo!.
Conchita
La devoción de Conchita a la Eucaristía era una práctica recia, alejada de sentimentalismos, y puedo afirmar que tuvo que superar la oscuridad y la aridez en muchas ocasiones. Quizás lo más ilustrativo será reproducir unos párrafos de mi diario sobre lo que me decía Conchita al respecto, para que se entienda bien a lo que me refiero: 
Me gustaría sufrir por cosas mías que no estuvieran mezcladas con Garabandal, pero está todo tan ligado que no puedo obrar sin que aparezcan las apariciones. Deseo ir a mi pueblo, y a la vez me da mucha pena dejar esto, donde al mismo tiempo que he sufrido, he sido tan feliz, aunque sufrimientos tendremos siempre (…) En mi pueblo apenas quedaba tiempo para la oración (…)
Ya sabe que el otro día sentí mucho fervor, pero he vuelto a la aridez. La Eucaristía se representa como algo representativo, pero no real. Me parece imposible que Cristo esté ahí, y cuando voy a comulgar, miro disimuladamente a los demás para ver si en sus caras se refleja la misma duda. Cuando nos dan la bendición con la custodia, sólo puedo pensar en que es la mano del padre que nos bendice, nunca en un Cristo real y verdaderamente presente”.
Cierto que en medio de esta sequedad, había momentos de especial claridad y consolación. De uno de ellos dejé constancia de lo que me dijo en mi diario con estas palabras: “Sentí esta frase: ‘Yo te amo y te he perdonado no alguna cosa, sino todas’. Sentí una felicidad grande”. Y en otra ocasión en las agendas-diario que Conchita escribió, manifestó esta vivencia: “Al recibir la Comunión sentí un gozo grandísimo, porque al recibir a Jesús viví la presencia de la Virgen como estando con Cristo en ese momento”.

Como decía, la devoción a la Eucaristía es algo palpable en la vida de Conchita hasta el día de hoy. Supe que en uno de estos últimos veranos fue a visitarla a su casa de Fátima un buen sacerdote de Galicia, con el que mantiene amistad. En esa conversación Conchita le enseñó algunas de las reliquias que conserva, una muy importante del padre Pío. Y en un momento dado, el sacerdote al relacionar que aquellos objetos materiales eran reliquias por haber estado en contacto con personas santas, se acordó de lo sucedido en
Garabandal, y le dijo:
-Conchita, tú si que eres una reliquia viviente.
-Claro que sí –respondió de inmediato, soy una reliquia viviente, porque recibo todos los días a Jesucristo en la Sagrada Comunión.

1 comentario:

  1. Qué hermoso lo que dice Conchita al final!! Realmente fue obra del Espíritu Santo hablando en ella! Y si, es cierto, somos todos reliquias del cielo al recibir a Cristo en la Sagrada Comunión! Habría que tratar de acordarnos de eso más seguido!

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